No se puede hablar o estudiar las ciudades, sus problemas, sus crisis, sus soluciones sin antes hablar un poco sobre el surgimiento de las mismas. Para comprender las ciudades desde su punto de vista morfológico o funcional debemos considerar las formas más primitivas de cohabitación. Sabemos que los asentamientos urbanos permanentes apenas se remontan al período neolítico, mas antes de esto el hombre ya se abrigaba y se protegía en cuevas. “Al margen de cuál fuera el impulso primigenio, la tendencia a la cohabitación formal y a la residencia estable dio lugar, en el neolítico, a una forma ancestral de ciudad: la aldea, un instrumento colectivo resultado de la nueva economía agraria”. (MUMFORD, 2002)
La aldea no se parecía a las ciudades actuales ni en términos de complejidad ni en extensión, pero presentaba algunas características de una urbe cualquiera, como un perímetro definido (que la separaba de los campos circundantes), viviendas o abrigos permanentes, vertederos, cementerios.
Con el avance de la tecnología y la organización social introducidos por la cultura neolítica, el hombre encontró mejoras en la agricultura y en la conservación de los alimentos (principalmente el cultivo de cereales que eran producidos en abundancia y después almacenados), empezó la domesticación de animales y a crear herramientas que facilitaban el trabajo en el campo y en sus cacerías, así las pequeñas aldeas comenzaron a tornarse agrupaciones más grandes. De esta forma, la población que antes vivía dispersa en aldeas distintas, ahora se agrupaba en “ciudades”, cuyas características fueron heredadas de las antiguas aldeas. La esencia agrícola era la predominante y los límites de crecimientos estaban establecidos por la capacidad de obtener los suministros de agua y recursos alimenticios, o sea, el principal determinante de las urbanizaciones en gran escala era la proximidad con los suelos fértiles y capaces de garantizar el alimento. “Esta temprana asociación del crecimiento de las ciudades con la producción de alimento ha gobernado la relación de la ciudad con su entorno durante mucho más tiempo del que muchos estudiosos actuales reconocen”. (MUMFORD, 2002)
En el neolítico se creía que la economía era del tipo cooperativo, o sea, no había tantos campos de cultivo o exceso de alimentos como para promover la discordia entre las comunidades o abusos de poder. Las comunidades mantenían buenas relaciones con sus vecinos así como con la naturaleza, estableciendo un equilibrio natural entre los asentamientos y el medio ambiente. En principio, las pequeñas ciudades rurales se extendían hasta donde se podía caminar en una jornada de un día, pero con la introducción de la metalurgia y la consecuente especialización de la técnica, además del éxito de la urbanización de las antiguas aldeas y la separación de la sociedad en castas, el deseo por conquistar más tierras y acumular riquezas era más fuerte que el de mantener el bienestar de la comunidad en su conjunto, y se empezó a ignorar la dependencia de la ciudad de los recursos naturales próximos.
Surgieron nuevas formas de organizaciones sociales, así como las primeras instituciones políticas. El abandono de las formas colectivas de organizaciones sociales y económicas dio lugar a las primeras sociedades complejas, creadas alrededor de la emergencia de líderes tribales y organización de un Estado. El desarrollo del comercio a larga distancia y la acuñación de monedas hicieron que la sociedad se olvidase del sentido original de sus límites y empezase a creer que toda forma de riqueza debería ser obtenida a través del comercio o por medio de la demonstración de poder militar. “Con el tiempo, esta civilización urbana cometió el error de aplicar este pragmatismo mercantil al propio entorno natural: comenzó el proceso de eliminación de los espacios libres del interior de la ciudad y el crecimiento a costa de los campos circundantes”. (MUMFORD, 2002)
EL perímetro amurallado definió la extensión de las ciudades orientales de la antigüedad y las europeas medievales hasta los tiempos modernos. Las murallas eran construidas con materiales pesados y duraderos, rodeadas por un foso que ofrecía a la ciudad una protección que una aldea no podía permitirse, era un ambiente seguro frente a la naturaleza exterior. Dentro de la muralla eran reservados sitios para las viviendas pero también para huertas y establos de ganado que garantizasen el alimento en caso de guerra.
Diferentemente de una aldea, una ciudad tiene un núcleo social organizado, dentro del cual se estructura la comunidad. Estos núcleos empezaron en las aldeas, pero fue en las ciudades donde se intensificó la división social, los diferentes estilos de vida y la variación en estructura física de la ciudad respecto de la aldea (diferenciación entre arquitecturas, por ejemplo, un templo de una casa civil). Además de las transformaciones estéticas que diferencian una ciudad de una aldea, existe el hecho de que en la ciudad los habitantes perdieron los vínculos con la naturaleza. Las transformaciones del entorno natural definieron la separación entre hombre y naturaleza, creando un entorno artificial que enfatizaba la dominación del hombre sobre todo lo que pertenece al medio ambiente, estimulando la ilusión de su independencia y superioridad frente a la naturaleza. Los nuevos elementos de la urbanización como las murallas, las viviendas duraderas, el acueducto, las calles pavimentadas, el alcantarillado, además del sistema de los diques de irrigación y de los lagos artificiales, distanciaban el hombre de la naturaleza y dejaban claro su deseo de permanencia, concretizando su dominio sobre todo lo natural. Sin duda las ciudades contribuyeron para la seguridad física y la continuidad social del hombre.
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